La Crianza No Cabe en un Solo Par de Brazos

La Crianza No Cabe en un Solo Par de Brazos
La crianza no era así… hasta que nos quedamos solas.

Criar, proteger y entretener solía ser una experiencia colectiva. Con el tiempo, se ha convertido en una carga individual.

Al principio llegué a pensar que este “trend” pertenecía exclusivamente a la cultura occidental, donde la autosuficiencia familiar es vista como virtud. Pero hoy veo que el individualismo no es exclusivo de una cultura ni de una familia en particular. El colectivismo y el individualismo no son polos opuestos: pueden coexistir, mezclarse y hasta confundirse. Sin embargo, cada vez hay más recompensas sociales por aparentar que los padres—sobre todo las madres—pueden con todo, sin ayuda.

¿De verdad creemos que esto es posible? ¿O solo lo fingimos?

Aunque muchas familias comparten los roles de crianza, el núcleo familiar se ha ido haciendo cada vez más pequeño. Te cuento: mi mamá es una de trece hermanos, de los cuales cuatro de ellos se mudaron a otro estado. Yo soy una de tres… y las tres nos mudamos a otro estado, incluso de país. El núcleo familiar que rodeó a mi mamá es muy distinto al que tuve yo y probablemente, al que tendrán mis futuros hijos.

Y cuando la tribu ya no está cerca, cuando las manos escasean y la rutina nos rebasa, comenzamos a criar desde otros lugares: Desde el cansancio. Desde el deseo de hacerlo diferente. Desde la herida. Porque no siempre se trata de mantener una apariencia, a veces es pura necesidad y otras veces, es ese intento de reparar lo que faltó, porque los padres no solo repiten lo que vieron, también buscan dar lo que un día no recibieron, pero criar desde ese lugar también tiene consecuencias. No justifica las soluciones a las que hemos llegado: la crianza en aislamiento, la exigencia de cubrirlo todo sin red, sin descanso.

Este tema lo empecé a reflexionar, cuando comparaba la carga de trabajo entre las familias que he trabajado, pero no fue sino hasta una conversación con Kris —ella como madre, yo como nanny— que identificamos tres roles fundamentales en la crianza. Aunque son intercambiables, casi siempre se asignan a una sola persona. Solo cambian de manos cuando entra alguien más al cuadro. Los roles son: educar, proteger y entretener.

1. Crianza / Educación

Este rol suele recaer en los padres, pero no es nuevo que también lo asuman tíos, abuelos, vecinos o niñeras. En un mundo ideal, con un enfoque colectivo, poder relevar este rol más allá de la pareja no solo alivia la carga: enriquece la vida del niño con más vínculos afectivos y modelos diversos.

Yo hablo desde el lente que tengo: el de niñera.

Cuando me delegan este rol, a veces la expectativa de cubrirlo por completo me abruma. Los padres están agotados. Su tribu es pequeña. Se vuelve un círculo vicioso donde se turnan la crianza solo por unas horas, como si fueran relevos en una carrera… sin equipo.

No hemos entendido que la crianza es una tarea compartida. Y porque me pagan, creen que puedo con todo.

Afortunadamente, no todas mis experiencias han sido así. También he trabajado con familias que me han permitido integrar a mi propia tribu en el mundo de sus hijos. Porque aunque muchas veces ellos están solos, yo no lo estoy del todo. Tengo amigas nannies con quienes organizamos encuentros para que los niños convivan, y juntas tejemos una red que nos sostiene. A veces también me han permitido que mi familia—cuando me visita—forme parte de esos días. No solo conservan mi energía y mi espíritu, también descubren en ello una contribución positiva: más vínculos, más juego, más mundo.

2. Protección

Este es el rol invisible… hasta que algo pasa. Y entonces surge la pregunta: “¿Dónde estaba la mamá?”

La protección es silenciosa, mental, constante. Puedes estar haciendo una cosa mientras escaneas otras cinco. Llega un punto en el que tu cuerpo reacciona sin que te des cuenta. Escuchas un llanto que no existe, te levantas corriendo, y al segundo recuerdas: 1. Estás sola. 2. Nadie está llorando.

Como niñera, no puedes bajar la guardia nunca. Si algo ocurre en tus diez horas de turno, puede costarte el empleo, tu reputación, tu seguridad económica.

Mientras que muchas madres pueden cocinar mientras sus hijos deambulan por la casa, las niñeras sentimos la presión de estar presentes —con ojos, cuerpo y atención— en cada rincón, sin descanso.

Y aun así, hay algo que muchas familias no logran entender: proteger no significa controlar. La autonomía también es una forma de protección.

¿Quieres identificar el control? Ve al parque. Observa a quienes están detrás de cada paso del niño. No para cuidar, sino para corregir, para interrumpir, para evitar cada caída.

En el libro Hunt, Gather, Parent de Michaeleen Doucleff, se describe cómo comunidades como los mayas, los hadza y los inuit ven la autonomía como una herramienta de protección a largo plazo. Dejar que los niños exploren libremente desde pequeños los prepara para evitar peligros reales más adelante. Ellos no temen al entorno natural: lo integran.

3. Entretenimiento

Y aquí entra la tercera carga silenciosa: la de entretener.

De niñas, muchas crecimos creyendo que el aburrimiento era un problema a resolver. Yo solía seguir a mi mamá con un suspiro profundo en el pecho y mi frase favorita lista para lanzarse al aire:
“No sé qué hacer, estoy aburrida.”

Lo decía con la esperanza de que me ofreciera una idea divertida. Su respuesta, casi siempre, era otra:
"Ahorita te paso la escoba y el trapeador para que se te quite lo aburrida."

Quizás no fue la respuesta más empática, pero fue efectiva.

Porque la solución la encontré yo.

En ese silencio, nació mi mundo interior. Practicaba guitarra por horas, escribía cuentos, inventaba coreografías, creaba mundos enteros con la mente despierta. No lo sabía entonces, pero hoy entiendo: el aburrimiento nunca fue mi enemigo.

Esa sensación sigue viva. No era solo mía ni de mi generación millennial. El aburrimiento siempre ha estado ahí, sobreviviendo incluso en este siglo XXI lleno de pantallas y opciones.

Hoy hay más herramientas para entretenerse, sí. Pero hay una gran diferencia entre usarlas de forma activa o pasiva. Todo depende de cómo programaron nuestro cerebro: si esperamos que nos entretengan o si sabemos cómo usar el aburrimiento a nuestro favor.

Y esa programación no se queda en la infancia. Nos sigue. Se vuelve adulta con nosotras.

Cierre

Tal vez ya no podamos volver al modelo colectivo del pasado. Tal vez la tribu ya no vive al lado, pero se construye… con intención, con cuidado. A veces con vínculos que nacen fuera del apellido, o en forma de amigas nannies que se convierten en cómplices.

Lo que sí podemos es cuestionar esta idea de que la crianza debe vivirse en aislamiento, como si fuera una hazaña individual. Podemos permitirnos compartir los roles, descansar sin culpa, y soltar la necesidad de llenar cada minuto con estímulos.

Y porque criar, proteger y entretener…
no cabe en un solo par de brazos.

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