Cuidar Desde El Vacío o Aprender a Sostenernos.

Cuidar Desde El Vacío o Aprender a Sostenernos.

Mi experiencia como au pair fue la que me hizo adentrarme al mundo profesional del cuidado de los niños. Tenía 22 años, mi rol era totalmente de apoyo, los papás estaban presentes y me requerían para entretenimiento y protección, ellos se encargaban de la crianza y yo solo apoyaba con reforzarla.

Llegué a sentirme como parte de la familia y en ese punto fue cuando la línea de mi trabajo y la de mi vida personal se difuminó un poco. Me costaba trabajo hablar de mis necesidades, de pronto ya no había un horario, la dinámica era cómoda pero a la vez confusa porque no sabía qué podía pedir. Apuesto que de haberlo hablado con ellos lo hubieran ajustado, pero no me atreví, callé. Ellos pensaban que yo estaba cómoda en la dinámica pero yo estaba batallando en encontrar un término medio, uno que me permitiera tener una vida fuera de mi rol como niñera.

Al final sucedió, pero no porque lo acordáramos, sino porque mi trabajo con ellos terminó. Esa experiencia me hizo ver lo que no sabía antes, que tenía que trabajar en mi habilidad para hablar de mis necesidades. Ya después tuve oportunidades de trabajar con ellos donde me atreví a relajarme. No fue un cambio que sucedió de un día a otro, ha sido un trabajo que me ha tomado 10 años y he comprendido que muchas veces somos nosotros quienes nos ponemos la soga en el cuello. Era YO quien asumía que mi valor como persona estaba adjudicado a la ayuda que podía proporcionar a otros, a qué tantos SI daba poniendo a todos primero que a mi. En pocas palabras yo NO me estaba cuidando, y si yo no lo hacía, ¿por qué lo harían los demás?

Y quizá parte del problema es que no solo fui yo quien se descuidó. También está esa expectativa social que recae sobre quienes cuidamos: como si debiéramos entregar sin pedir nada a cambio, como si nuestro amor por los niños alcanzara para pagar la renta. Muchas familias, y la sociedad en general, esperan de nuestro trabajo lo mismo que se espera de una madre: entrega desinteresada.

Los horarios, la carga, la poca remuneración, el poner a todos por encima de ti tiene un precio: el resentimiento. Ese resentimiento nos drena y empezamos a cuidar desde el vacío. De pronto ya no aguantamos más, no queremos ver más niños, queremos cambiar de vocación, una que no nos pida tanto de nosotras.

Yo dejé de apuntar dedos, porque es fácil señalar a las familias que “explotan”. La realidad es esta: sí, qué bonito es que la familia te permita leer tu libro favorito mientras el bebé juega con sus cubos, o que puedas tomar una siesta mientras los niños toman la suya… pero aprendí a dejar de esperar a que las familias se adaptaran a mí. Empecé a elegir a las familias que ya vivían así.

Porque no se trata solo de poner un precio y esperar que lo paguen. Se trata de reconocer que nosotras también tenemos el derecho de pedir lo que necesitamos y el poder de rechazar lo que no nos sostiene. No basta con un sueldo decente si no hay respeto. No basta con confianza si no hay un salario justo. Queremos y merecemos trabajar para familias que nos den todo eso junto: el sueldo, el respeto, la confianza.

Es cierto que el cuidado siempre se enreda con el amor, y aunque nosotras amemos de verdad a los niños, no significa que cuidarlos implique olvidarnos de nosotras . El verdadero cambio empieza cuando entendemos que también merecemos sostén, que también merecemos cuidado. Solo así, el acto de cuidar deja de vaciarnos… y comienza a llenarnos.

Read more