¿Cruzamos El Mismo Portal?

Tengo 32 años y llevo 10 dedicados al cuidado profesional de niños.
En esos diez años he cambiado. No solo por el paso del tiempo, sino por cada infancia que he acompañado, cada vínculo que he construido y cada parte de mí que he entregado.
Hace poco escuché el título de un libro que me sacudió:
“Una mujer es una mujer, hasta que es madre.”
Y no pude evitar preguntarme: ¿entonces yo qué soy?
Llevo una década siendo cuidadora primaria. He compartido desvelos, he consolado llantos, he estado presente en las primeras veces.
No soy madre. Pero también me he transformado.
He visto de cerca cómo cambian los cuerpos de mis amigas al convertirse en mamás: las caderas, el vientre, los pechos.
Pero también he escuchado los cambios que no se ven —las estrías, la piel más flácida, el cansancio acumulado, la mirada más alerta.
Algunas hablan con resignación; otras con nostalgia por su cuerpo de antes. Y yo las escucho. Las entiendo. Porque aunque no soy madre, soy mujer.
Y el cuerpo, la cultura y las expectativas… nos atraviesan a todas.
También me he transformado. No por un embarazo, pero sí por estar al servicio del cuidado, todos los días.
En mis primeros años como niñera, yo era la extensión de una madre. Reforzaba lo que ella ya estaba creando.
Pero después… algo cambió.
Comencé a acompañar familias desde el nacimiento. Fui la primera en calmar. En reconocer llantos. En sostener por horas.
Fui quien introdujo alimentos, formó rutinas, ayudó a construir el lenguaje, sostuvo vínculos.
Estuve ahí en los desvelos, las primeras palabras, las primeras fiebres. En los llantos que solo yo lograba consolar.
Y aunque no fui yo quien gestó, ni parió, ni amamantó… me transformé.
Aprendí a dormir con un oído alerta. A anticipar necesidades sin que fueran dichas. A contener emociones que no eran mías.
Mi cuerpo también cambió: mis brazos se fortalecieron de tanto cargar, mi espalda empezó a cargar más que mi propio cuerpo: aprendió a sostener a otro mientras con una mano hacía lo que antes hacía con dos, mi corazón se expandió con cada apego… y se rompió con cada despedida.
Anna Prushinskaya dice:
“Convertirse en madre es convertirse en un portal. Sigues siendo esa persona, pero también algo nuevo.”
Y yo me pregunto: ¿seré yo también un portal?
¿O eso solo lo es quien gesta, pare, amamanta?
Porque si ese es el único portal, ¿dónde quedan las mujeres que adoptan? ¿Las tías que crían? ¿Las abuelas que maternan por segunda vez?
¿Y todas las que cuidamos con el mismo nivel de presencia y entrega?
Tal vez hay muchos portales.
Uno para las madres.
Y otro para nosotras: las que no lo somos, pero también cambiamos. Las que, a través del cuidado, también nos convertimos en algo nuevo.
Este texto es para todas:
Para quienes han cruzado el portal de la maternidad.
Y para quienes han cruzado el del cuidado.
Porque uno no invalida al otro. Y porque la transformación, aunque distinta, también merece ser reconocida.